Este asfalto arde en demasía
Se diluye la huella de los pies que se forjan
En este envés hiberna un ermitaño
que camina hacia atrás.
Me cansa la ciudad después de patearla.
Demasiados faroles para alumbrar los besos.
No se pueden esconder las pasiones furtivas
en portales nutridos de sobrios y de necios.
Son cascos de caballo las ruedas de los autos.
No me enfría el rocío el calor de las piernas
que siguen transitando en un haz invertido.
En estos paisajes aúllan las estrellas.
Me gustaría estar de nuevo en el desierto,
en la boca del lobo, en la copa de un árbol,
en ese lugar neutro donde todo es eterno.
L.
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